Que bien sienta estirar las piernas tras la jornada laboral y mucho más si se tiene la suerte de contar en tu mismo municipio con un auténtico vergel para las aves al que poder dirigir tus pasos.
La verdad es que, además de la necesidad de hacer un poco de ejercicio, el hecho de que mi buen amigo Chema tuviera ayer la suerte de tropezarse con un grupito de búhos campestres en el marjal dels Moros también ha influido en mi decisión.
El viento no hacía presagiar una tarde de muchos avistamientos aunque la esperanza nunca se pierde.
Apenas he empezado mi paseo un par de lavanderas blancas han salido a mi encuentro tras los cantos rodados de la playa, se antojaban unas hermosas instantáneas que un mal enfoque se ha encargado de descartar.
Unos pasos más adelante una abubilla parecía zascandilear entre los arbustos que circundaban la senda, preciosa esta ave bucerotiforme que, además de alegrarnos la vista con su belleza y gracilidad, contribuye a hacernos la vida más cómoda por su condición de insectívora.
A mi izquierda se abría pletórico el humedal, rebosante de agua y vida. Los aviones roqueros, mosquiteros comunes, bisbitas alpinos, cormoranes grandes...
los ánades azulones...
y, radiantes, los cucharas comunes.
Pero, de momento, seguía sin haber ni rastro de los escurridizos búhos campestres aunque si que andaba merodeando por allí una hermosa rapaz,
el aguilucho lagunero, señor del humedal.
Algunos pajarillos flanqueaban mis pasos buscando entre las plantas su sustento, semillas los jilgueros
e insectos los colirrojos tizones.
Dejando atrás a los pequeños paseriformes he llegado al observatorio donde la algarabía lo presidía todo, un gran número de aves resplandecientes que reflejaban en sus irisaciones los tímidos rayos del atardecer.
Majestuosos aparecían algunos ejemplares de cuchara común...
que competían en reflejos con las avefrías europeas,
y las cercetas comunes.
El sigilo y la discreción son una garantía a la hora de disfrutar de la observación de las aves sin que nuestras amigas vean alteradas sus dinámicas.
Desde el observatorio, para no molestar a los habitantes del humedal, he escrudiñado con los prismáticos los alrededores en busca de alguno de los ejemplares de mussol marí, búho campestre en nuestra lengua, pero infructuosamente.
La vuelta, a buen paso y con la compañía de los incontables bandos de cormoranes grandes que se aprestaban a llegar al dormidero antes del anochecer.
Un gratificante paseo a plena naturaleza desde la puerta de casa, uno de los privilegios de los que vivimos en un pueblo.
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