lunes, 13 de febrero de 2017

Si hay que ir a Gallocanta otra vez, se va. 12 de febrero de 2017.

Mientras andaba pajareando con Chema por Almenara sonó el teléfono, era Benja, un muy buen amigo y mejor persona, que llamaba con ganas de salir el domingo a dar una vuelta por el campo, pero que si era a Gallocanta mejor.

Inmersos como estábamos en descubrir al rascón europeo le dije, con voz muy queda, que en un rato le llamaría. Al final el rascón apareció, mejor dicho, los rascones, por que fueron dos de forma alternativa.

Así que, el sábado con Chema por Almenara y el domingo con Eva y Benja a Gallocanta.

Sin mucho madrugar y sin prisas nos fuimos acercando hacia nuestro destino. Muy cubierto durante todo el viaje, e incluso lloviendo en algunos tramos, llegamos a la comarca del Jiloca con la mayor claridad de todo el trayecto, aunque la luz seguía siendo relativamente escasa. 

Al llegar a Calamocha, viendo como jugueteaba por encima de los tejados un milano real, no tuvimos más remedio que apartarnos de la calzada y detenernos a contemplar tan fantástico espectáculo.



Que gustazo, lástima de luz y de tranquilidad para configurar la cámara de forma más adecuada (cosa que no llegué a hacer en todo el día).

Gallocanta y las grullas están profundamente unidas y Benja tenía unas ganas enormes de conseguir imágenes de más calidad que las que había obtenido hasta el momento de las damas grises. 

Cuando llegamos a la laguna de Torralba de los Sisones su entusiasmo rozó el paroxismo, un gran número de grullas se habían congregado en torno a este punto de agua dulce para saciar su sed.



El viento, por momentos, soplaba con fuerza y nuestras amigas no mostraban ninguna inquietud por nuestra lejana, por el momento, presencia. Impulsadas por su necesidad de abrigo en lugar de alejarse, poco a poco, iban aproximándose a nuestra posición buscando el parapeto que les proporcionaban los arbustos.



Así fueron aceptando nuestra presencia sin llegar a levantar el vuelo, si bien es cierto que nunca llegamos a movernos ni a acercarnos tanto como para que se sintieran inquietas.



Ellas concentradas en sus quehaceres cotidianos, aseo y alimentación básicamente, y nosotras a la expectativa de vislumbrar los primeros escarceos amorosos que no llegamos a ver. No obstante pudimos disfrutar con algunos posados interesantes 



y con hermosas estampas típicas de este peculiar espacio.




Pero en el entorno de la Laguna de Galloganta también resulta habitual disfrutar de la presencia de los impresionantes buitres leonados, que pueden a llegar a pasarnos muy, pero que muy cerquita.



En este caso pudimos disfrutar un buen rato de sus evoluciones contra el viento y, muy excepcionalmente, de cara a nosotras ¡Un auténtico lujazo!



Y es que el viento estaba marcando la jornada, casi todos los animales que íbamos viendo estaban condicionados por él, ya fuese en vuelo como nuestro buen amigo el buitre, ya fuera en sus posaderos protegiéndose de su rigor y fuerza como estos escribanos trigueros.





Los mochuelos europeos, que normalmente siempre se encuentran en la parte más elevada del relieve, andaban encogidos al resguardo entre las piedras.



Ya a la vuelta pretendíamos "alucinar", como en mi anterior viaje con Chema, con el tremendo espectáculo del dormidero de los milanos reales, hasta ciento veinte llegamos a contar en su día, pero en está ocasión tuvimos que conformarnos con el recuerdo de las imágenes que habíamos obtenido por la mañana.



Un día intenso en el que, después de mucho tiempo, volvimos a compartir con nuestro viejo amigo Benja el placer de vagar sin prisas por nuestra exuberante naturaleza.

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