Así, el miércoles, a la vuelta de mis tareas por Albacete tomé mi ruta habitual, la que me lleva por las lagunas de Horna, donde semana a semana se pueden observar más especies de anátidas, por las tierras de Pétrola, en cuyos campos observo últimamente a las espectaculares avutardas, acabando en la charca de Villar de Chinchilla plagada de limícolas.
Repletas de patos se mostraban las lagunas de Horna, alejados y huidizos pero sorprendéntemente bellos. Los primeros que me llamaron la atención fueron los tarros blancos, una pareja que disfrutaba de la lagunilla y el agradable calor de la tarde junto a las cercetas comunes.
Unos metros más allá una pareja de ánade friso hacía lo propio, alejados del resto de los de su especie
que se encontraban en la laguna del otro lado de la carretera.
Apartados del resto, y a contraluz, los ánades reales o azulones, campaban a sus anchas en el inundado sembrado.
Ya en Pétrola, recorriendo la colina donde suelen campar algunas rapaces, un precioso colirrojo tizón desafiando al viento me invitó a probar la D750.
En el ámbito de la Laguna unos flamencos comunes en la otra orilla y unas agachadizas comunes que no deseaban mi compañía fue todo los que pude observar, que no fotografiar, por lo que no dudé demasiado en dirigirme al territorio de las avutardas. Las primeras que vi se encontraban muy, pero que muy, lejos, tanto que ni llegue a mirarlas a través del visor de la cámara. Era una pareja, dado que la semana anterior localicé un grupo conformado por dieciocho de estas impresionantes aves intuí que, no muy lejos de allí, encontraría a otras.
Así fue, otro grupito de tres avutardas se siluetearon en el horizonte de la colina, muy alejadas de cualquier vía de acceso. El placer de contemplarlas ya era razón más que suficiente para haberme acercado hasta allí, contento y satisfecho decidí poner rumbo hacia la charca de las agachadizas, pero de repente, surcando el azul del cielo, un precioso ejemplar me deleitó con su poderoso vuelo.
Más adelante, también en la lejanía, un macho, caminando tranquilamente por el sembrado, ponía tierra de por medio.
Vaya gustazo, lejano, pero un auténtico placer.
La charca de Villar de Chinchilla me estaba esperando y en ella, como no, el andarríos grande que en está ocasión estaba entretenido en saborear un jugoso gusano rojizo.
Las agachadizas comunes tienen en esta charca su particular paraíso invernal, a pesar de su críptica librea siempre se pueden ver aquí.
Más complicada de localizar, en esta ocasión llegué a pensar que ya se habían marchado, y en menor número que sus primas las comunes, en su esquina se encontraba la agachadiza chica.
Para terminar la jornada, ornitológicamente hablando, el bisbita alpino lució su aterciopelado plumaje de acá para allá a pesar de lo complicado que se lo ponía el viento.
Se había acabado el recreo, más trabajo y una asamblea me esperaban en Valencia.
El jueves también se presentó espeso e intenso, mucho, pero un ratito tuve para dar una vuelta por el Marjal de Almenara. Un paseo que desde su inicio me regaló deliciosas sensaciones al calor del mediodía.
A una distancia prudencial, sobre una torre eléctrica, el busardo ratonero oteaba a su alrededor a la búsqueda de alimento. No lo quise incomodar más de lo necesario y allí lo dejé, ojo avizor.
El agua que cubría la carretera ya se había retirado e incluso se podía circular por algún camino encharcado hacia los campos, así llegué a un descampado donde una pareja de tarabillas europeas revoloteaba eliminando insectos.
En la laguna tomaban posesión las primeras cigüeñuelas comunes que veía este año, pronto empezará el trasiego del paso que hará las delicias de los naturalistas.
Sobre el muro del corral cercano las palomas bravías mostraban los brillos de sus cuellos, tanta diversidad sin moverme de un rinconcito del humedal.
Allí donde vayas, si guardas silencio y te mueves suavemente, oirás, verás y disfrutarás el espectáculo de la vida, tan hermoso como sencillo y para ejemplo la explanada del estiércol entre el carrizal y el camino donde pude fotografiar al inquieto mosquitero común,
a la elegante lavandera blanca,
al colirrojo tizón,
al petirrojo europeo
y más discretos, tímidos y esquivos a los gorriones molineros.
En fin... cuanto puede dar de si un pequeño paseo por nuestra naturaleza. Algo tan próximo, tan inmediato y tan olvidado por tanta gente, nos hace tanta falta tocar, oler, oír, ver y saborear para sentirnos vivos...
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